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Verano árabe
Los pedazos de historia son retales anclados en el tiempo que nos acercan a lo desconocido y a lo que los libros han repetido durante siglos. Es por eso que no entiendo cómo la Humanidad sigue repitiendo el exterminio, las matanzas y las guerras.
He visitado seis de los países, digamos “islámicos”, que en los últimos tres años han sido portada de los medios de comunicación (Túnez, Egipto, Siria, Turquía, Yemen y Jordania). La población ha salido a la calle, se han derrocado gobiernos, se han convocado manifestaciones multitudinarias... No soy experta en política, ni en asuntos religiosos, pero desde mi humilde perspectiva de viajera y desde la hospitalidad árabe que me han ofrecido en los respectivos países, donde a menudo he podido sentarme a escuchar a la gente, lo único que verbalizaban, con una mezcla de deseo y esperanza, era vivir en paz, políticos justos, dar estudios a sus hijos y tener un plato de comida cada día para poner en sus mesas.
Está clarísimo que la juventud ha sido, es y será, la responsable de revolucionar el sistema, cuestionar lo que sucede a su alrededor y exigir cambios a la sociedad donde les ha tocado vivir y al poder que les gobierna. Una herencia en algunos casos transferida por sus antepasados, su historia y sus costumbres arraigadas, pero en todos los casos: mejorable.
Y desde mi comodidad occidental, yo me pregunto:
- ¿Qué habrá sido de los dos hermanos que vendían postales en Jerash hace diez años y que a estas alturas tienen edad para combatir?
- ¿Cómo estarán las mujeres de la familia de Al-Hajjarah que nos invitaron a su casa para tomar el té y nos enseñaron sus rostros ocultos tras el niqab?
- ¿Habrá resistido el negocio del zapatero de Douz que con la mano en el pecho se ofreció a coser unas viejas botas?
Detrás de todas las diferencias de unos y otros, la humanidad está formada por personas como tú y como yo, con unas necesidades no tan diferentes.
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